La rapidez no casa con hacer las cosas con interés y atención, saboreándolas. Sabias reflexiones de la pedagoga Eva Bach, en el periódico ARA (suplemento “Criatures, del 15/04/2017)
No es lentitud, es delicadeza
-Eva Bach-
Mi devoción por la vida lenta es grande, pero en el contexto actual nos cuesta bastante valorarla y tolerarla. ¿Se han dado cuenta de que muchos padres y maestros consideramos la rapidez como una virtud, y la celebramos como tal, mientras que no hacemos lo mismo con la lentitud? Si un niño o una niña hace algo muy deprisa, es muy probable que le elogiemos: “¡Qué rapidez!” Si hace algo despacio, es poco probable que exclamemos con admiración “¡Qué lentitud!”. Hacer algo con rapidez es un valor en sí mismo; a veces incluso por delante del resultado de la acción. En muchas ocasiones, alabamos la rapidez aunque la realización no esté del todo bien, y lamentamos la lentitud aunque la ejecución sea impecable.
Fijémonos en lo que valoramos más. Porque mientras ensalcemos y sobrevaloremos la rapidez, la educación seguirá forjando productores y consumidores en lugar de sensibilidades. Seguirá preparando a la infancia en función de conseguir, tener y competir, en lugar de formarla para sentir, disfrutar y cooperar. ¿Cuál es el objetivo prioritario, que se ganen bien la vida o que la vivan y la saboreen a fondo? Si es lo segundo, y para mí lo es, la lentitud es una virtud indispensable. Puede haber placeres rápidos, pero suele haber poco placer en la rapidez. Hay algunas maravillas de rápida creación, pero hay poco tiempo y poca capacidad para maravillarse en la rapidez.
Es difícil hacer bien lo que se hace a toda prisa. Y aún más difícil saborearlo en profundidad. Me reconforta saber que uno de los físicos más brillantes de la historia, el danés Niels Bohr, galardonado con el Premio Nobel en 1922, era un hombre muy lento. Se tomaba su tiempo para observar y reflexionar. A los átomos no se les puede ir con prisas. Ni tampoco a los pequeños. Pero les forzamos a correr y les hacemos sentir ineptos si van lentos. No nos damos cuenta de que en la lentitud suele haber grandes virtudes como la presencia plena, la sintonía con lo que se hace, la capacidad de contemplar y admirar, la paciencia, la delicadeza. Cualquier acción delicada, aunque sea algo tan sencillo como colocar unas flores en un florero, requiere lentitud. Empecemos, pues, a cambiar la situación, y cuando alguien se queje de que una criatura es lenta, hagámosle notar que no es lentitud sino delicadeza. Y que necesitamos la delicadeza de la lentitud y la lentitud de la delicadeza para humanizar la vida y la educación.
(ARA. Suplemento “Criatures”, del 15/04/2017, sección: Flors de Bach)