Elisabet Abeyà
La poesía no es un tema medio escondido en un libro de texto. La poesía vive entre nosotros, en nuestra respiración, en nuestros juegos y en nuestros sueños. La encontramos cada día cuando nos hace un guiño desde la cortina al despertar.
Antes de decir en clase: «Haced una poesía», te has de haber entregado, entregado y entregado. Les habrás leído poesías, las habrás recitado a menudo de memoria, habrás valorado sus producciones orales y escritas por su sinceridad, sin bolígrafo rojo, sin censura.
Qué triste cuando la poesía se transforma en deberes: «Haz una poesía», ahora, porque lo manda el libro de texto, no ayer cuando viste aquellos colores en el cielo, ni mañana cuando quizás vivirás ese momento tan especial. Ahora mismo , porque lo digo yo, y además te pondré nota.
La poesía fue antes que la escritura, fue un método de fijación, para no olvidar. Por eso nos transporta muy lejos, en nosotros mismos y en nuestra historia como seres humanos, y por eso también es tan importante en las primeras edades.
La poesía no es un género literario que se tenga que introducir en la escuela con calzador. Ha de existir de forma natural, como la respiración, como el juego, porque es la vida misma.
La poesía implica detenerse un momento, mirar, sentir, escucharnos, vivir y expresarlo con palabras.
En la escuela es importante ese detenerse y expresar pensamientos y sentimientos a través de las artes. Hay que lograr momentos de intimidad. Y entonces aparece la confianza. Si ha habido una entrega por parte del adulto, si hay una actitud receptiva y de respeto, un día se acerca un pequeño diciendo: «Mira, ¡una poesía!» o «Mira qué cosa más bonita».
Con Daniel Pennac (Como una novela) aprendimos que «el verbo leer, como el verbo amar, no admite imperativo». Del mismo modo, crear una poesía tampoco admite imperativo.
Poesía viene de «poiesis», una palabra griega que significa creación. Dejemos que los niños y niñas creen y recreen, escuchen y produzcan, sin obligaciones, porque la obligación coarta la creación y, por tanto, va en contra de la poesía misma.
Es un fragmento del libro de Elisabet Abeyà: Amb ulleres verdes (Edicions Documenta Balear, 2017. pgs. 43-44).